En el momento de despedirse, sólo se me ocurre decir:
Tanta paz lleves como descanso dejas.
Y ahora no me queda nada más que elegir cuál de estas agendas usaré






Papi era feliz a su manera. Tenía dos princesas que lo mimaban y lo admiraban. Un día se le ocurrió motorizar a sus princesitas. Se dejó varios años y la mitad de su cerebro de ingeniero frustrado en el intento. Lo que nunca supo es que el coche que proyectó en realidad no era para ellas sino para el niño que él fue y que no pudo tener más que una caja de cartón con ruedas. Ahí creo que empezó a fastidiarse todo. Confundió su identidad pasada con esas dos futuras que tenía en sus manos. Las princesas no salieron rebeldes del todo y trataban de no disgustar a papi. El problema es que los reyes se convierten en tiranos si se acostumbran a ver siempre cumplidos sus deseos. A este en concreto no le gusta alzar la voz, pero tiene programada una mirada de decepción que mata. En algún momento verá que se le quiere igual a pesar de que las infantas se remanguen la falda y proclamen la república.
Como dijo la chica que chupaba un lolipop en la parada del autobús:
La canción tiene poco que ver con el resto (me apetecía) y la foto es malísima. Hoy no doy más. Se siente.
La niña siempre tuvo buena memoria y se acuerda a menudo de ti. Nunca fue a visitarte donde estás ahora, un poco por pena, un poco porque últimamente teme parecerse a lo que siempre fuiste. Te envía un par de fotos para que tú tampoco olvides y te agradece que le dieras su primer café. Me dice también que promete ir a verte y contarte nuevas historias vulgares de cuerpos y viajes que a ti te fueron negados.
