domingo, 27 de noviembre de 2016

Los calzoncillos y los perros

Ayer me fui de compras con Manuel. Como la cosa está como está, ha renunciado a comprarse la ropa interior de marca y estoy enseñándole a vivir con economía de guerra. Total, que nos armamos de paciencia ambos y nos internamos en ese templo de la moda arrabalera y barata que es la tienda de las bolsas que se rompen con mirarlas y que llevan letras azules. No conseguí convencerlo para comprarse unos calzoncillos de Elmo a juego con mis bragas y se decidió por un paquete de tres bóxer en discretos colores otoñales (en lenguaje de esas nuevas profetas que son las "fashion bloggers"). Con toda mi buena voluntad le indico a mi amigo que la talla que ha elegido va a ser un poco pequeña para él y que luego la ropa íntima no se puede cambiar. Lo que en realidad temo es que su fertilidad se vea afectada y me prive de unos futuros sobrinos postizos a los que mangonear a mi gusto. Él me argumenta que le gusta llevar apretados sus manuelitos para notar que están ahí. Por supuesto que le amenazo con largarme y dejarle plantado si vuelve a nombrar sus partes colgantes con un diminutivo ridículo. Debe de ser uno de esos razonamientos masculinos que yo no entiendo o que soy una pirada a la que no le gusta que las bragas le aprieten el potorro.

Toda esta experiencia en la sección masculina de la tienda de ropa me hizo pensar en los perros. Me imaginé los testículos de mi Manu como pequeños chihuahuas con unas correas de las que siempre va tironeando para dejar claro que son suyos y que no se deben ir con otro cualquiera que les ofrezca una salchicha mejor. Por eso no entiendo a los chuchos. Necesitan siempre que alguien les regañe y les ate en corto para no comportarse de manera estúpida y salir corriendo para perderse o que les atropelle un autobús. Los perros, al contrario que los gatos, no son criaturas que sepan ejercer la libertad.


Mi cabeza enlaza las cosas a su manera y terminé planteándome si mi amigo con sus santos y apretados cojones no necesita también que le tiren de la correa para comportarse como es debido. Me explico: le vengo observando hace años y cuando está con una chica que le da "sutiles indicaciones" de por dónde ir y por dónde no, está mucho más encoñado y feliz. Cuando está con una mujer que lo trata como un ser humano (o como a un gato) se despista, pierde el interés y terminamos celebrando la ruptura con chupitos de tequila. Le tengo que querer porque lo llevo haciendo desde la adolescencia, pero cada día veo menos motivos para hacerlo. Jamás voy a poder llevarme bien con una novia suya por esa manía suya de ser chico-yorkshire. Nunca me he enfrentado a ninguna de ellas porque son listas y lo mantienen apartado de mí sin enfrentarme, claro que a él le montan unos pollos... Como digo, hay que reconocerle que tontas no le gustan y tampoco le dicen a él que no quieren que esté mucho conmigo,aunque se las ingenian para que casualmente toque bronca cuando nos ven demasiado cercanos y eso que siempre me dice mi colega que a todas ellas les parezco una tía estupenda y que me estiman y me respetan.

Espero que nadie dude de mi feminismo después de explicar esto. Pienso que eso de que las mujeres nos veamos como rivales desde luego no nos beneficia a nosotras y, honestamente, creo que tampoco a ellos.

En resumen, que a mí me gusta llevar las bragas holgadas y que prefiero los gatos a los perros.


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