martes, 29 de diciembre de 2009

Un hombre sincero

Una vez conocí a un hombre que nunca mentía. Eso no le convierte en buena persona ni en un ser excepcional. Se puede no engañar nunca y ser un auténtico hijo de puta. Él se creía fuerte. Era fuerte. Pensaba que tenía una especie de don. Jamás se preocupó mucho de los demás. Sabía que el resto de la gente miente bastante y le divertía poner trampas para desenmascarar a los fabuladores. Administraba el desprecio con maestría y no le daba pena nadie. Yendo en el metro me dijo un día: "El desprecio de frente, la compasión no es más que una mentira que esconde el mas grande de los menosprecios". Si no hubiera sido mi jefe, le habría contestado que su honestidad no hacía otra cosa que granjearle grandes cantidades de enemigos que utilizaban su mejor arma contra él, que se negaba a usarla aunque fuera necesario. Ya he dicho antes que era un tipo duro, las falsedades que encontraba en los demás no hacían más que reafirmar su manera de ser. Parecía inmunizado.

Cambió de empresa y no le he visto en años. Me alegré de tenerle lejos porque con una persona así cerca nunca puedes estar tranquilo. Tampoco se está tan mal con los compañeros clavándote cuchillos en la espalda siempre que las puñaladas no duelan. No es necesario tener a alguien que te vaya informando de la cantidad de sangre que vas perdiendo con cada una.

Ayer llovió a cántaros. Esperaba a que el semáforo se pusiera en verde bajo mi paraguas sin saber aún que en breve volvería a ver a aquel tipo. Estaba mirando al suelo calculando ponerme lo bastante lejos de la carretera para que los coches no me salpicaran a su paso. Di un paso atrás para asegurarme más de no llegar chorreando a casa, cuando noté que empujaba a alguien. Me di la vuelta para disculparme y, cuando estaba poniendo mi sonrisa de chica desvalida, vi que era él. Estaba hecho una sopa.

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